Minas Tirith: Ciudad de Reyes

domingo, 17 de abril de 2011

Semana de Dragones

A menos de una semana de celebrar Sant Jordi, permitidme una reflexión sobre el imaginario que rodea la que, para mí, es la más hermosa de las fiestas de nuestra tierra. Cualquiera que me conozca, sea por leerme o por sufrir mis clases, sabe que mi personaje favorito de entre los que pueblan el Día de la Rosa siempre será el Dragón. Unas palabras sobre estos animales majestuosos de tantas y tan variadas mitologías en este blog de fantasía épica es lo mínimo que puede esperarse en esta semana que debe acabar con libros y rosas para todos y todas.

Gracias a la Wikipedia – por cierto, os expliqué el acrónimo de ese potente y fecundo neologismo, ¿no?. WIKI significa en inglés “What I Know Is”, es decir, “Lo que Sé Es...” -, podemos ver que la figura del Dragón es una constante en muchas tradiciones mitológicas, no sólo occidentales. Sus simbolismos son muy diversos, ya que pueden llegar a representar tanto el Mal más absoluto como las más nobles y caras virtudes. A menudo han representado los mayores desafíos para los paladines o caballeros que se han enfrentado a ellos, como nuestro Sant Jordi, que no sólo podían recurrir a la fuerza bruta para contrarrestar sus muchos poderes y armas. Su nombre siempre se asocia, en cualquier caso, al Poder, a la reverencia y el terror que inspiran estos monstruos tremendos.



Yo quiero hablaros de unos Dragones distintos: los que pueblan y protagonizan la saga Dragonlance, de la que tantas veces os he hablado aquí. Con uno de estos libros leí por primera vez sobre estos animales, y la fascinación no me abandonó jamás. Y siempre los tuve como referente, quizá porque fueran los primeros, aunque después conocí a muchos más: desde el gran Smaug que protagoniza El hobbit de Tolkien, a los que sobrevuelan Faërun, el mundo de la Puerta de la Muerte, los legendarios de la Primera Edad de la Tierra Media (Ancalagon, siempre me encantó ese nombre), los de la sagas de Eragon o los de videojuegos como Warcraft o Baldur's Gate... Con todo, los Dragones de Krynn, originalmente concebidos por Weis y Hickman, serán siempre de mis predilectos. A lo largo de los libros posteriores, todos los autores del universo Dragonlance coincidieron siempre – a veces como único nexo común entre estilos y formas de escribir muy dispares – en narrar con acierto esa mezcla de temor reverencial y admiración sin límites de los habitantes de Ansalon – y a través de ellos, de los lectores – hacia esos seres que aunaban todas las virtudes y dones que pueden concebirse. Veamos algunas de esas características.

Los Dragones del mundo de Krynn son fuertes, resistentes, poseen una piel escamosa prácticamente invulnerable, exhalan terribles llamaradas – o cualquier otro tipo de perrerías, tales como nubes ácidas en el caso de los Verdes, andanadas de hielo los Blancos o descargas eléctricas los Azules –, pueden volar a grandes velocidades y poseen una cola sinuosa repleta de espinas y púas que puede azotar a enorme velocidad y con devastadores resultados. Por si fuera poco, añadidles una amenazadora boca repleta de inmensos colmillos, un apetito equivalente al de tantos dones – es decir, donde vosotros veis un hermoso caballo, ellos ven un apetecible canapé. Imaginad que pensarían si os vieran correr a vosotros... -, una longevidad de muchos siglos de vida y unos extraordinarios poderes mágicos, que les ponen sólo por debajo de los mejores Archimagos en cuanto a destrezas arcanas.

¿Demasiadas virtudes, verdad? A efectos de una serie de aventuras en las que muchas veces los protagonistas se ven abocados a desafiar a estas criaturas, pueden parecer un obstáculo demasiado insalvable.

Quizá como contrapeso, para hacer las cosas más interesantes, los Dragones de Krynn también destacan en sus defectos o carencias, muchas veces tan monstruosos o colosales como la larga lista de sus dones. En general, los Dragones maléficos, servidores de la Reina de la Oscuridad, son brutalmente individualistas, crueles y arrogantes. Rechazan unirse con sus demás congéneres dragones (excepto los Azules, los más sociables) porque siempre se consideran a sí mismos los mejores de todo Krynn. Son rencorosos, no olvidan una afrenta, y rebajarse a tener tratos con los mortales – cuando este no se reduce a incinerarlos a todos, su forma preferida de interactuación – les produce asco, hastío y repulsión. Además, son tremendamente codiciosos, y gustan de acumular enormes tesoros que acaparan... ¿por qué deben acapararlos? ¿Para ir a comprar a La Farga? Siempre me pregunté para qué le servían las monedas de oro y los diamantes a un Dragón que, obviamente, no tiene intención de comprarle nada a los insignificantes humanos. En ocasiones leí que era el brillo de los objetos preciosos y el frío tacto del oro y la plata en sus escamas lo que les atraía. Y sin embargo, nunca los vi tendidos en lechos de cristal o lentejuelas ni de burdo acero...

Eso, en cuanto a los Dragones maléficos. Otro día os hablaré sobre uno de los más perversos e interesantes con los que me he topado, un ejemplo de libro de todas las virtudes y defectos de los que os he venido hablando: Immolatus, que aparece en la tetralogía La forja de un Túnica Negra. Aún recuerdo la frase que un estremecido Par-Salian lee sobre él en El Libro de los Dragones: “...el favorito de la Reina Oscura, el gran Rojo conocido como Immolatus”.

En cuanto a los predilectos de Paladine, el Dios del Bien, los Dragones metálicos no son ni mucho menos tan crueles ni sanguinarios como sus congéneres del Mal, pero aún así son altivos, orgullosos y no gustan demasiado de tratar con los simples mortales, a los que ven como nosotros contemplamos a los animales: puede que con cariño, pero nunca ni remotamente a su nivel. La excepción, claro, está en los míticos Dragones Plateados, cuya tendencia a enamorarse de mortales y a tomar formas humanas produce las mejores y más brillantes páginas de esta saga.


Hoy no repasaremos un concepto de clase, en atención a vuestras merecidas vacaciones, pero os voy a recomendar un cuento, muy breve, y bellamente ilustrativo de todo cuanto os he contado aquí. Es uno de los mejores de cuantos he leído en las colecciones de Cuentos de la Dragonlance, bastante fecunda tras casi un cuarto de siglo de publicaciones. Se titula Los huevos de Aurora, y lo escribió uno de los primeros espadas del género, Douglas Niles; garantía de calidad. Es el último cuento de la recopilación Los dragones en guerra, supervisada por Weis y Hickman y publicada en España por Timun Mas en 1999, traducida por Marta Mabres. Podéis encontrar Los huevos de Aurora en las páginas 184 a 211: como veis, un cuento muy breve, de menos de treinta páginas, para que no me acuséis de recomendar siempre libros kilométricos, pero muy bien escrito; lo considero una inmejorable forma de conocer por primera vez a los Dragones que surcan los cielos de Krynn y, como dice el Cántico, los sueños de todos aquellos que una vez conocimos este mundo fantástico. Espero que alguien se anime a conocer a esta inolvidable hembra de Dragón Dorado llamada Aurora. Que lo disfrutéis, y paséis muy buenas vacaciones. Salud a todos.

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