Minas Tirith: Ciudad de Reyes

domingo, 5 de diciembre de 2010

Sistemas de Signos viajando al Centro de la Tierra

Puentazo de la Constitución: hoy nos tomaremos un respiro, con un texto sencillo, breve y de tan alta calidad que es uno de los clásicos universales de todos los tiempos.El clásico al que he acudido para esta etapa en nuestro viaje de conocimiento por la ciencia ficción se titula Viaje al Centro de la Tierra, y es uno de los libros más célebres - ¿recordáis, los de tercero, como era ese hermoso superlativo? Celebérrimo... así me gusta – del escritor francés Julio Verne, al que ya nos referimos en una entrada de octubre, y nos servirá para hablar de SISTEMAS DE SIGNOS.

¿Pueden los libros clásicos sernos gratos? ¿Pueden emocionarnos sus desventuras cuando los problemas a los que se enfrentan han sido ya superados y ampliamente rebasados por nuestro auténtico progreso del siglo XXI? Naturalmente, aunque es necesario un ejercicio de “contextualización”: es decir, ponernos en el lugar de la época de Verne, hace más siglo y medio, para apreciar esta obra como lo que es, Arte. Si pretendió ser científico y esa era su opinión sobre la composición del planeta o imaginó libremente y fabuló creando esas cavernas pobladas por monstruosos dinosaurios, poco importa: el resultado es lo que debemos apreciar. Hablemos un poco de Viaje al centro de la Tierra antes de dedicarnos al breve concepto que veremos hoy: los SISTEMAS DE SIGNOS.

Jules Verne publicó en 1864 su novela Voyage au centre de la Terre, la segunda de las entregas de una de las sagas más prolíficas y populares de la historia de la literatura de aventuras: “Los viajes extraordinarios”. Tras la entusiasta aceptación que había tenido su opera prima, la novela Cinco semanas en globo (Cinq Semaines en ballon) de 1863, esta segunda aventura convirtió a Verne en un autor popular. Era joven, estaba entusiasmado por la ciencia y por las posibilidades de progreso y nuevos horizontes que veía en el avance científico, y concedía a su prosa un ritmo ágil, cercano y divulgador, que le granjeó el cariño de miles, y más tarde millones, de lectores.

Verne se preguntó sobre cómo sería el interior de la Tierra: a mediados del siglo XIX no se conocían, como sí conocemos hoy, las interioridades de nuestro planeta. En ese momento, sólo existían “teorías”, hipótesis, que podían ser más o menos plausibles, erróneas, alucinadas o absolutamente disparatadas e irreales. Pero, en aquel momento, era totalmente lícito hacerlas, imaginarlas, sostenerlas... incluso creer en ellas. Viaje al centro de la tierra es la teoría ensoñada de un gran visionario: no acertó con la verdad científica, pero su “fantasía” CREÓ un mundo que, a pesar de no ser real, es magnífico y evocador. Y como tal tenemos que leerlo: como una licencia creativa, un ejercicio literario, más que como una teoría científica que hoy se ha demostrado ridícula.

Primero, veamos cómo pensaba la gente que era la Tierra en la época de Verne, a mediados del XIX. Aún había algunos “reticentes” o, por llamarlos muy eufemísticamente, “lentitos” que se resistían a aceptar que la Tierra fuera un planeta, con forma de globo, y defendían, ¡todavía, en pleno 1860!, que la Tierra era plana. Supongo que al llegar al borde, te caías al Espacio. Quizá cayeras en la Fundación... En fin, descubro, entre alucinado y estremecido, que... ¡aún existen! ¡Hoy! ¡En 2010! Tienen web y todo. Está en inglés y, pasadas mis risas iniciales, veo que desde la muy digna Sociedad de la Tierra Plana “sólo” estudian la “cuestión” desde una perspectiva histórica, no es que aún crean en ello... Pero bueno. Hay gente para todo.

En fin, me desvío. Estaban los que creían, os decía, que la Tierra era plana. Otros habían asumido que era un globo; uno de los más prestigiosos científicos de la época, el británico Sir Edmund Halley, coetáneo de Sir Isaac Newton, había propuesto que la Tierra era una serie de esferas concéntricas, una dentro de otra, con huecos entre ellas. Nosotros estábamos encima de la más grande, claro, la exterior. Es el modelo de Halley, que se discutió en las Universidades más prestigiosas de Europa durante muchas décadas. Surgieron otros modelos y teorías: más adelante, William Reed fue más allá diciendo que la Tierra era hueca del todo. Una inmensa corteza sin nada en su interior. Estas y otras teorías han sido refutadas científicamente. Hoy sabemos que, en realidad, con datos científicos comprobados matemática y empíricamente, el centro de la Tierra es tal como sigue:


El interior del planeta, como el de otros planetas terrestres (planetas cuyo volumen está ocupado principalmente de material rocoso), está dividido en capas. La Tierra tiene una corteza externa de silicatos solidificados, un manto viscoso, y un núcleo con otras dos capas, una externa semisólida, mucho menos viscosa que el manto y una interna sólida.

(Del artículo “Estructura interna de la Tierra”, Wikipedia.)

Esa es la Verdad. Comprobaréis que lo que imaginó Julio Verne no tiene nada que ver con esto. En su centro de la Tierra hay enormes cavernas, ríos subterráneos, inmensos mares, dinosaurios marinos, depredadores terribles... e incluso... En fin, el ejemplo de creación literaria, fuera cual fuera la intención inicial del autor, es claro. Lo que hace la novela no entraría en la Función representativa, es decir, no expone datos objetivos, no hace Ciencia, ni pretende teorizar. Mucho más cuando lo leemos nosotros, que sabemos sin atisbo de dudas – gracias a todos los que antes de nosotros dedicaron lo mejor de sus vidas al progreso humano y, entre otros, a Google y Wikipedia, que están universalizando el acceso a este avance – que el centro de la Tierra NO ES

ASÍ. Pero da igual: lo leeremos, con gran placer, como una obra literaria, que busca provocarnos placer estético y goce a través de su lectura. Es fantasía, sí. ¿Qué más da? Y espero que consiga gustaros, si os animáis a atacar su lectura.

En Viaje al centro de la Tierra hay dos protagonistas principales. Un buen muchacho, tímido y trabajador, llamado Axel, que nos narrará en primera persona la historia, y su tío, el terrible profesor Otto Lidenbrock. Sólo por conocer a este inolvidable personaje os recomendaría su lectura: gruñón, vocinglero, sabio, egoísta, lleno de una energía desbordante y casi arrolladora, el profesor Lidenbrock me arrancó muchas sonrisas, la primera de las cuáles llegó en las primeras páginas de la novela, cuando Verne nos lo describe – en boca de su sobrino – de esta forma:

Y me precipité en el despacho de mi irascible maestro. Otto Lidenbrock no es mala persona, lo confieso ingenuamente; pero, como no cambie mucho, lo cual creo improbable, morirá siendo el más original a impaciente de los hombres.

Era profesor del Johannaeum, donde explicaba la cátedra de mineralogía, enfureciéndose, por regla general, una o dos veces en cada clase. Y no porque le preocupase el deseo de tener discípulos aplicados, ni el grado de atención que éstos prestasen a sus explicaciones, ni el éxito que como consecuencia de ella, pudiesen obtener en sus estudios; semejantes detalles teníanle sin cuidado. Enseñaba subjuntivamente, según una expresión de la filosofía alemana; enseñaba para él, y no para los otros. Era un sabio egoísta; un pozo de ciencia cuya polea rechinaba cuando de él se quería sacar algo. Era, en una palabra, un avaro. […] Tal era el personaje que con tanta impaciencia me llamaba. Imaginaos un hombre alto, delgado, con una salud de hierro y un aspecto juvenil que le hacía aparentar diez años menos de los cincuenta que contaba. Sus grandes ojos giraban sin cesar detrás de sus amplias gafas; su larga y afilada nariz parecía una lámina de acero; los que le perseguían con sus burlas decían que estaba imanada y que atraía las limaduras de hierro. Calumnia vil, sin embargo, pues sólo atraía al tabaco, aunque en gran abundancia, dicho sea en honor de la verdad.

(Julio VERNE. Viaje al Centro de la Tierra, capítulo I).

El impaciente y siempre malhumorado profesor, ya podéis ver, llama a su sobrino Axel, enamorado secretamente de Grüber, la discípula de su tío. Nada más entrar, le cuenta entusiasmado que ha encontrado un bellísimo libro rebuscando entre los polvorientos estantes de un librero de viejo: mientras está extasiado alabando las virtudes del viejo ejemplar – con una bibliofilia, es decir, una pasión por los libros, con la que me identifico mucho –, se inicia la aventura: un viejo pergamino, oculto en el viejo volumen, cae a los pies de Axel y el profesor Lidenbrock.

En ese pergamino, los protagonistas observan los siguientes signos:


Ambos interpretan rápidamente que es un mensaje, que contiene una información que puede ser interpretada. Sin embargo, ya sabéis que para que haya comunicación, el emisor y el receptor deben compartir, entre otras cosas, el código. Axel y el profesor contemplan los SIGNOS rúnicos sin entenderlos. ¿Cuántos tipos de signos conocemos? Hemos visto tres: los ICONOS, que son representaciones por semejanza (fotos, dibujos realistas, etc.); INDICIOS, que son signos físicos que nos llevan al referente por deducción (el humo es un indicio, apreciable por los sentidos, de que hay fuego, el referente) y SÍMBOLOS. Los símbolos son signos que se eligen “arbitrariamente” - sin razón lógica – y que se “consensúan”, es decir, se necesita una convención entre la relación de símbolo y su referente: si el receptor no conoce esa relación, la comunicación no puede producirse.

Los signos rúnicos no se “parecen” a nada: su significado no puede interpretarse de esa forma. No dibujan formas, ni son fotografías que podamos reconocer. Descartamos que sean iconos.

¿Son indicios? Descartadísimo. Son dibujos, formas trazadas con tinta en un papel: como máximo, podríamos deducir que alguien las ha escrito, pero eso no nos aporta mensaje relevante alguno. Por tanto, no son indicios.

Queda preguntarnos si son SÍMBOLOS. En el caso de los símbolos, la relación entre el referente, en este caso, “el sentido del mensaje” y los signos empleados, las “runas” dibujadas en el pergamino debe ser arbitraria. Parece que así es. Son “letras”: casa una de ellas representa un sonido, u otra letra de otro alfabeto distinto. No obedece a necesidad alguna: quizá el autor decidió que el primer símbolo fuera como nuestra “B”. O quizá “D”, o “A”: es arbitrario, lo decide sin causa aparente. Sin embargo, hemos dicho que esta relación válida entre los símbolos y su referente (lo que significan) debe ser CONVENIDA por el emisor y el receptor. En este caso, el emisor sabía qué significaban, pero Axel y Otto no, así que no pueden entender los símbolos. Son símbolos, pero no pueden interpretarlos: no saben qué significan. Es el motivo por el que el testarudo profesor, abandona en tromba y enfurecido el despacho. Sin embargo, quizá vosotros si fuerais capaces de hacerlo: Verne lo diseñó en forma de acertijo, y sigue el curso de los pensamientos de Axel mientras va descifrándolo. ¿Seréis capaces de descifrar estos símbolos, este sistema cifrado u oculto? En caso de que pueda con vosotros, siempre podéis leer cuál es la solución que el ingenioso Axel encuentra, y las enormes aventuras que inicia con ese descubrimiento: porque, ¿sabéis?, en ese pergamino se encuentra la clave para viajar al mismísimo Centro de la Tierra. Y cuando Axel lo lee horrorizado, exclama:

-¡Ah! -exclamé dando un brinco-; no, no; ¡mi tío jamás lo sabrá! ¡No faltaría más sino que tuviese noticia de semejante viaje! En seguida querría repetirlo sin que nadie lograse detenerlo. Un geólogo tan exaltado, partiría a pesar de todas las dificultades y obstáculos, llevándome consigo, y no regresaríamos jamás; ¡pero jamás!

(Julio VERNE. Viaje al Centro de la Tierra, capítulo IV).

Cuando está a punto de destruirlo... No dejéis de descubrirlo. El viaje, que se inicia tras descifrar Axel involuntariamente el Sistema de SÍMBOLOS que hemos visto en esta entrada, es uno de los hitos de la literatura de aventuras, un clásico de todos los tiempos. Os animo a disfrutarlo. Salud y Barça.

* * * * *

Una interior cadena de suspiros

al cuello llevo crudamente echada,

y en cada ojo, en cada mano, en cada

labio dos riendas fuertes como tiros.


Miguel HERNÁNDEZ. Antología Poética.

30 octubre de 2010. Centenario del nacimiento de Miguel Hernández.

No hay comentarios:

Publicar un comentario