Minas Tirith: Ciudad de Reyes

sábado, 12 de junio de 2010

Goldmoon, enseñando con Parábolas

Mientras estudiamos la literatura del siglo XVIII en 4º de E.S.O., nos topamos con un tipo de poema curioso: las FÁBULAS. Son composiciones muy características del espíritu ilustrado; su autor pretende educar, transmitir una enseñanza moral de forma clara y concisa, sin renunciar a la búsqueda de la excelencia estética. Sé que muchas veces no queda del todo claro si consigue ninguna de ambas cosas – transmitir la enseñanza y, sobre todo, alcanzar una cierta calidad literaria – pero dedicaremos este 'post' al refuerzo de este sencillo concepto, el de la fábula; lo ampliaremos, además, con uno muy parecido, pero que no hemos contemplado en clase: la PARÁBOLA.

Las fábulas son, recordad, breves poemas o textos en prosa, que son voluntariamente claros y sencillos, para favorecer su eficacia didáctica; suelen estar protagonizados por animales que devienen en símbolos o alegorías de virtudes o defectos: así, el zorro suele representar la astucia, el burro la idiotez, el león el valor, etc. De la siempre sencilla trama de la fábula el lector u oyente debe deducir, mediante el proceso de la analogía – el “parecido” con una situación real, la extrapolación a la realidad – la enseñanza moral, esto es, la moraleja que quiere transmitir el autor. El tono de las fábulas es necesariamente paternalista y, en muchos casos, condescendiente, lo que puede enervar al lector – a nadie, yo incluido, le gusta que nos hablen como a idiotas -; recordemos, por último, que los Ilustrados pretendían educar a un Pueblo iletrado e ignorante al que trataban como “menores de edad”, esto es, como a “niños”, intelectualmente hablando. En el primer ciclo de la E.S.O. vimos el compendio de fábulas de Esopo, y es habitual enfrentarnos a Iriarte ya en 4º: refresquemos un ejemplo de este autor español de la Ilustración que espero os resulte claro.

El pato y la serpiente

Más vale saber una cosa bien que muchas mal

A orillas de un estanque,
diciendo estaba un pato:
«¿A qué animal dio el cielo
los dones que me ha dado?

Soy de agua, tierra y aire:
cuando de andar me canso,
si se me antoja, vuelo;
si se me antoja, nado».

Una serpiente astuta,
que le estaba escuchando,
le llamó con un silbo
y le dijo «¡Seó guapo!

no hay que echar tantas plantas;
pues ni anda como el gamo,
ni vuela como el sacre,
ni nada como el barbo;

y así, tenga sabido
que lo importante y raro
no es entender de todo,
sino ser diestro en algo».


Como veis, el pato simboliza la Vanidad, pagado de sí mismo y encantado por haberse conocido; la astuta serpiente es la que se encarga de abrirle los ojos y enunciar la enseñanza. Por si acaso es demasiado complicada para nuestras cortas entendederas, nuestro buen don Tomás nos la sitúa en el mismo título del poema.

Por otro lado, las PARÁBOLAS son igualmente didácticas en su intencionalidad, aunque difieren de las fábulas en dos aspectos principales: no emplean necesariamente animales como alegorías y, sobre todo, anteponen la ENSEÑANZA moral a la calidad o eficacia del relato: por así decirlo, en la fábula se busca entretener y crear belleza, para, después, extraer la enseñanza; en las parábolas alcanzar esa enseñanza espiritual es el objetivo principal y casi exclusivo. Son relatos simbólicos de los que el oyente puede extraer, por analogía, una enseñanza moral. Las parábolas más conocidas de nuestra tradición las encontramos en la Biblia, aunque yo, como es habitual, me fijaré en un ejemplo extraído de la fantasía épica; recurro de nuevo a la saga Dragonlance, concretamente al primer volumen de las Crónicas, titulado El retorno de los Dragones.

Más de trescientos años antes del momento en que se sitúa la acción, se produjo un gran Cataclismo y los Dioses abandonaron el mundo de Krynn; hasta entonces, un gran panteón de deidades del Bien – encabezadas por Paladine -, la Neutralidad – lideradas por Gilean, el Fiel de la Balanza – y el Mal - Takhisis era la Reina de la Oscuridad, principal deidad malévola – habían acompañado los destinos de los mortales habitantes de Krynn; sus sacerdotes, dotados en algunos casos de grandes poderes, recorrían el mundo, se libraban guerras en Sus Nombres, había enormes templos y adoradores y se producían grandes milagros o muestras de infinito desprecio: un mundo de Krynn donde aún no había desaparecido la Fe.

Todo ello cambió, como decía, el día del Cataclismo, el suceso que cambió Krynn para siempre. Una enorme montaña de fuego se precipitó sobre la impía ciudad de Istar y arrasó gran parte del mundo, transformando los continentes y segando la vida de miles y miles de personas; tras esa gran hecatombe, los Dioses desaparecieron.

Durante los tres siglos siguientes, los desesperados mortales clamaron a los cielos, enfurecidos por la crueldad de las divinidades. Primero las maldijeron, luego suplicaron, y finalmente, hartos de no recibir respuesta alguna, se centraron en sobrevivir, y el nombre de las antiguas deidades del mundo de la Dragonlance cayó en el olvido.





El retorno de los Dragones arranca en una posada de Solace, El Último Hogar, erigida en un inmenso vallenwood; mientras un grupo de amigos se reencuentra tras una separación de cinco años, dos extraños bárbaros Que-Shu, una Princesa y un guerrero, hablan sobre el retorno de las divinidades, esgrimiendo como prueba los poderes curativos de una Vara de Cristal Azul. Es el inicio de las aventuras de los Héroes de la Lanza. Más adelante, Goldmoon, que así se llama la Princesa Que-Shu, intentará convencer del retorno de los dioses a un hombre, Elistan, considerado de los más sabios de su tiempo; Elistan había intentando en vano encontrar alguna prueba de los dioses en su juventud y, desencantado, se había unido a la secta de los Buscadores de Haven; cuando conoce a Goldmoon en las minas de Pax Tharkas, enfermo y esclavizado por el Señor del Dragón lord Verminaard, le pregunta furioso por la crueldad de sus “pretendidos” dioses. Goldmoon responde con la siguiente parábola:

Al ver las penosas condiciones en las que se encontraba el hombre, el rostro de la mujer bárbara, severo y frío debido a su desilusión y frustración, se suavizó. Elistan la miró.

- Joven mujer, dices ser la portadora de la palabra de los antiguos dioses. Si realmente fuimos nosotros, los humanos, los que nos apartamos de ellos y no ellos los que se apartaron de nosotros, como siempre hemos creído, ¿por qué entonces, han esperado tanto tiempo para manifestarse?

Goldmoon se arrodilló junto al agonizante hombre, pensando en cómo formular la respuesta. Finalmente dijo:

-Imagina que paseas por un bosque llevando tu más preciada posesión, una extraña y valiosa joya. De pronto eres atacado por una bestia feroz. Se te cae la joya pero tú huyes despavorido. Cuando te das cuenta de que la has perdido, estás demasiado atemorizado para volver a internarte en el bosque a buscarla. En ese momento encuentras a alguien que tiene otra joya..En el fondo de tu corazón, sabes que no es tan valiosa como la que has perdido, pero te sigue dando miedo regresar a buscarla. Bien, ¿quiere esto decir que la joya ha dejado el bosque, o que sigue allí, refulgiendo intensamente bajo las hojas, esperando que vuelvas a recogerla?

Elistan, cerrando los ojos, suspiró con expresión afligida –¡Por supuesto, la joya espera nuestro regreso! ¡Qué insensatos hemos sido! Cómo desearía disponer de tiempo para aprender de tus dioses -dijo intentando tocarle la mano.

Goldmoon contuvo la respiración, su rostro palideció hasta estar casi tan lívido como el del agonizante hombre

-El tiempo te será concedido -le dijo en voz baja tomándole la mano.

(M.Weis, Tracy Hickman, El Retorno de los Dragones, Timun Mas, página 286)

Elistan escucha impresionado a la bella mujer de las Llanuras. Entiende el mensaje que ella – o sus inspiradores divinos – quieren transmitirle, que rebasa el significado explícito o denotativo del pequeño relato: por analogía, la Joya es la Fe que tenían los hombres en sus Dioses antes del Cataclismo; permanece allí, brillante y apetecible, pero olvidada por todos, en espera solo de una plegaria sincera – o, en la parábola, de que alguien recuerde dónde está, se agache y vuelva a coger la joya.

La parábola será plenamente efectiva: Elistan se mostrará dispuesto a escuchar lo que esos extraños y variopintos compañeros saben sobre los Dioses. Goldmoon le dará los Discos de Mishakal, unos discos de platino que los compañeros rescataron con enormes esfuerzos y sorteando grandes peligros en la ciudad hundida y maldita de Xak Tsaroth. Tras estudiarlos y decidir libremente abrazar la Fe, Elistan se convertirá en el primer Hijo Venerable de Paladine después del Cataclismo, y será la cabeza de la renacida Iglesia tras la Guerra de la Lanza.

El poder de una parábola efectiva.

Espero que os animéis a leer esta novela, umbral de una de las sagas más prolíficas de la fantasía épica, y que os hayan quedado claros los conceptos de Fábula y Parábola. Saludos.


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