Minas Tirith: Ciudad de Reyes

domingo, 13 de junio de 2010

La Adecuación: el competente ladrón Caalador

En 4º de E.S.O. hablamos sobre las necesidades de adecuar la lengua que usamos, o, mejor dicho, la variedad específica por la que optamos, dependiendo de las necesidades comunicativas de cada instante. Ya dijimos que la lengua es, a semejanza de un ser vivo, pues viva está, muy cambiante y heterogénea, y fácilmente adaptable para adecuarse a los distintos momentos en que la empleamos.

Recordad que, cuando la lengua cambia en función de la procedencia geográfica del hablante, hablamos de dialectos; cuando los cambios se producen por el momento histórico, el tiempo en el que vivieron los hablantes o las distintas generaciones a las que pertenecen por edad, se llaman cronolectos; cuando los cambios que afecten a la lengua sean de índole social, se llamarán sociolectos. Hoy, sin embargo, hablaremos de los registros: son las modificaciones que el hablante introduce en la lengua para adecuarla a un determinado contexto.

Los registros obedecen a diferentes factores: por ejemplo, el canal por el que se establezca la comunicación. Siempre será más cuidado el lenguaje escrito que el más espontáneo lenguaje oral. Además, los registros se forman con más condicionantes, como la propia idiosincrasia de la sociedad donde se desarrolle la comunicación – la gestión del volumen y del silencio es totalmente diferente entre, por ejemplo, hablantes españoles y japoneses –, pero quiero centrarme en los factores que hemos estudiado con más atención durante 4º de E.S.O.: el grado de formalidad o la situacionalidad.

A grandes rasgos, ya vimos que el hablante competente tendrá capacidad para adecuar su lengua – es decir, empleará un registro adecuado para cada contexto – dependiendo de la situación comunicativa a la que se enfrente. Un hablante “incompetente” lingüísticamente siempre hablará igual, con su familia o amigos, en el trabajo, ante un juez, viendo una película, con sus hijos o comentando una jugada del último partido con los amigos. El hablante “competente” lingüísticamente podrá ADECUAR su lengua, acercando su registro a las necesidades de cada contexto. No debemos confundir el concepto “adecuado” con la noción de “bien” o “mal”: imaginemos a un hablante que hablara con la misma solemnidad en un discurso académico ante profesores y alumnos universitarios – un registro culto y especializado – que cuando hablara con sus padres. Puede que la lengua que emplee sea la más “correcta”, léxica y gramaticalmente, pero en el plano que estamos estudiando, estará utilizando un registro totalmente inadecuado en el segundo caso.

Durante el curso distinguimos tres niveles básicos de formalidad:

  • Registro CULTO o FORMAL. De gran formalidad, la espontaneidad intenta reducirse al mínimo, el hablante intentará seleccionar el léxico más adecuado, utilizar las estructuras gramaticales correctas, completar siempre las frases e, incluso, trazar un estilo propio. Es propio de contextos profesionales, académicos o, en resumen, situaciones donde no prima la confianza ni la cercanía entre emisor y receptor.

  • Registro ESTÁNDAR. Caracterizado por la corrección de la lengua, un nivel “neutro”, sin llegar a la rigidez y planificación de la formalidad pero sin caer tampoco en la llana espontaneidad de la coloquialidad. Es la más empleada por su enorme versatilidad y por los múltiples contextos cotidianos donde resulta adecuada.

  • Registro COLOQUIAL. Sin planificación, en confianza, propio de la comunicación con familiares, amigos, en contextos donde la velocidad comunicativa y la eficacia expresiva afecta habitualmente a una mayor simplicidad del léxico, estructuras inacabadas y, en general, una mayor interacción entre los hablantes.

Esos son los registros básicos. Dentro de cada uno podríamos ver nuevas subdivisiones, más específicas para situaciones concretas (como el registro solemne en los formales, o el vulgar dentro del coloquial – que implica emplear mal la lengua, con incorrecciones gramaticales o léxicas.), pero me conformo con que os queden claros esos tres registros básicos: culto, estándar y coloquial.

No es habitual una diferenciación clara entre los registros de los personajes que pueblan los libros de los que suelo hablaros, al menos, entre la gran mayoría de los que recuerdo haber leído. Nunca creí – ni pretenderé que creáis – que la diferenciación entre las distintas formas de hablar de los personajes fuera una preocupación para los autores de fantasía épica; además, en su mayoría los libros de los que hablo son de autores anglosajones, por lo que deberíamos leerlos en su inglés original para saber si realmente se aprecian cambios significativos en la forma de hablar de un personaje dependiendo de la situación en la que se encuentre.

Con todo, os decía, aún siendo inusuales, pude recordar un caso muy claro con el que pretendo ilustrar el concepto de los registros que hemos estado repasando en este post. El ejemplo del que os hablo es el curioso y excéntrico personaje de Caalador.

Caalador es un personaje creado por David Eddings, autor del que ya os hablé comentando sus Crónicas de Belgarath. En esta ocasión, pero, se trata del personaje de otra trilogía, quizá no tan interesante como Belgarath a mi juicio, pero suficientemente interesante como para recomendar su lectura a quién le gustara aquella o, simplemente, a quien apreciara el estilo de Eddings y su singular cosmovisión de la fantasía épica: la trilogía de El Tamuli.

El Tamuli es la continuación de una trilogía anterior, de la que ya os hablaré otro día, titulada Ellenium, donde se introducía al caballero pandion Sparhawk, el hombre sin destino. Los libros que comprenden esta segunda trilogía de El Tamuli se titulan Las cúpulas de fuego, Los seres fulgentes y La ciudad oculta, y fueron publicados en España por la editorial Grijalbo a partir de 1994, traducidos por Diana Falcón. En esta trilogía, el emperador de Tamuli, Sarabian I, pide el consejo del legendario caballero Sparhawk para enfrentarse a una serie de tumultos y sediciones que amenazan al Imperio. El viaje del caballero pandion, sus amigos y su esposa, la reina Ehlana de Elenia, estará lleno de peligros, aventuras y encuentros con criaturas de ultratumba, y se producirán encuentros con viejos conocidos que ya vimos en Ellenium.

Caalador, os decía, es un personaje que aparece en esta trilogía de Eddings. Es uno de los jefes de una de las mayores cofradías de ladrones y asesinos de toda Eosia, además de buen amigos de Stragen, uno de los camaradas de Sparhawk. Eddings ya demostró en Belgarath su predilección por personajes criminales o al margen de la ley, pero a los que – quizá con excesiva ingenuidad – concedía siempre una curiosa “moral” o buen fondo que les elevaba por encima de los auténticos bribones sin entrañas: son los casos de Stragen, Talen, Yarblek, Seda o nuestro Caalador. Ladrones, estafadores, adúlteros, asesinos – por motivaciones, normalmente, “justas” -, ninguno de ellos puede calificarse como “mala persona” pese a las múltiples fechorías que acumulan entre todos.

Bien, para no desviarme más del tema, nos fijaremos en el momento en que Caalador ADECUA su lengua a las necesidades comunicativas. Guasón y provocador, disfruta mucho intentando escandalizar a la aristocrática reina Ehlana, y se complace en hablar con un registro coloquial que en muchas ocasiones se sumerge en el vulgar en su presencia. Sin embargo, cuando ella requiere una aclaración, abandona la broma, y adecua su discurso a una variedad más estándar, planificada y casi culta. Caalador es, como veréis, competente lingüísticamente:


- ¿Dónde estaba? - preguntó Caalador –. Ah, sí, ahora m'arrecuerdo. Ese tipo, el Scarpa ese, cresió en una espesie'e taberna'e carretera d'Arjuna ajquerosa com'una chabola; hiso to'o tipo'e cosa' d'esa' que hasen lo' bastardo' en lo' año' de escuela en lo' lugare' en lo' que no lo' mete'n vere'a ninguna morá'.

- Por favor, Caalador – suspiró Stragen.

- ¿Qué quiere decir “ajquerosa com'una chabola”, Caalador? - lo interrumpió Ehlana.

- Pué, justo lo que 'ice, tu realesa. Una “chabola” e' una espesie casucha monta'a 'e cualquié' manera, con tabla' vieja' y porquería', y “ajquerosa” é má' o meno' eso. Cuando era un crío, conosí a un tipo que lo yamaban así. Vivía en el lugá' má' cochino'el mundo que yo haya visto, y tampoco ni se limpiaba él.

- Creo que podré sobrevivir durante varias horas sin más lenguaje masticado, maese Caalador – le aseguró con una sonrisa Ehlana –. Pero quiero agradecerte las molestias que te tomas.

- Siempre me alegra serte útil, Majestad – replicó él, con otra amplia sonrisa –. Scarpa creció en un ambiente que bordeaba más o menos los límites de la delincuencia. Era lo que podría llamarse un aficionado con talento. Nuna se dedicó a ningún oficio en particular. - Caalador hizo una mueca -. Aficionados.

(David Eddings, Los seres fulgentes (El Tamuli II). Grijalbo, 1994, páginas 264-265)


El dominio de los registros que demuestra Caalador hacen de él un personaje con gran competencia lingüística. En su profesión, tratando a rufianes, matones, asesinos y demás gentes de baja estofa y nula educación, una jerga marginal como la que exhibe es prácticamente obligada; con todo, cuando quiere puede variar su lengua para adecuarla a contextos tan diversos como departir con su viejo amigo Stragen – registro coloquial estándar – o conversar con la reina Ehlana, de forma estándar como en este caso, o con gran solemnidad cuando se dirige a ella en la corte, ante los principales aristócratas de Elenia. Caalador nos ha permitido ver lo importante de la adecuación para que nuestro discurso sea comunicativamente efectivo, y espero que os anime a visitar algún día esta interesante obra de David Eddings y que haya contribuido a repasar estos conceptos. Un saludo a todos.

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