Minas Tirith: Ciudad de Reyes

sábado, 8 de mayo de 2010

Elegía, el llanto a una Pérdida.

Hoy dedicaremos un poco de atención a una forma literaria que tratamos muy por encima en clase: la ELEGÍA. Es una pieza en la que el autor LAMENTA la pérdida de la ilusión, la vida, el tiempo, aunque siempre son las que lloran a un ser querido las más conmovedoras.

En nuestra literatura tenemos un amplio repertorio de magníficos fragmentos elegíacos, tanto en verso como en prosa. Destacan las medievales Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, y las de dos genios de nuestro XX, el Llanto a Ignacio Sánchez Mejía de Federico García Lorca y la Elegía a Ramón Sijé, del gran Miguel Hernández. Pinchad en la obra de Lorca si deseáis leerla entera, aunque me permito seleccionar una de mis estrofas predilectas:

¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga, 
que no quiero ver la sangre 
de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

La luna de par en par. 
Caballo de nubes quietas, 
y la plaza gris del sueño 
con sauces en las barreras. 
¡Que no quiero verla! 
Que mi recuerdo se quema. 
¡Avisad a los jazmines 
con su blancura pequeña!

¡Que no quiero verla!

En cuanto al poema de Hernández, nadie mejor que Serrat para musicarlo y entonarlo de esta forma que, espero, os toque alguna fibra.



En cuanto a nuestros libros, debemos decir que el tema de la Muerte se trata con frecuencia en los momentos convulsos que propician las aventuras que pueblan las tramas; con todo, aún cuando los personajes sufren, a veces sin medida, no son frecuentes las alabanzas en verso, predominando más los elogios en discursos en prosa. Los pocos que recuerdo en verso ahora mismo aparecen en la saga Dragonlance, en la trilogía Leyendas de la Dragonlance, o en los pocos versos que el destrozado Gimli dedica a la memoria de su primo Balin, tras conocer su muerte en la tenebrosa Moria. (La Comunidad del Anillo, de J.R.R. Tolkien)

El primero se titula el Cántico de Kitiara, y es el elogio – que añade al respetuoso homenaje la alegría por unirse a él en su suplicio eterno de no-muerto – que le dedica el Caballero de la Rosa Negra, el espectral lord Soth a Kitiara Uth Matar, la Señora del Dragón muerta a manos de Dalamar en la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas:



Kitiara, de todos los tiempos,
éstos son los que agitan la noche, la espera, el lamento.
Las nubes ensombrecen la ciudad mientras escribo,
congelando el pensamiento y la luz, haciendo que las calles
se suspendan entre el día y la negrura.
He esperado más allá de decisiones,
más allá del corazón en penumbra,
para hablarte como ahora lo hago.


En la ausencia creciste
más hermosa, más ponzoñosa.
Eras esencia de orquídeas en la ondulante noche
en que la pasión, cual tiburón arrastrado por un río de sangre,
mata los cuatro sentidos, sólo el corazón preservando
para, doblado sobre sí mismo,
hallar su propia savia en una liviana herida.
Y yo, al igual que el tiburón,
degusto unas entrañas desgarradas en el largo túnel de mi garganta;
mas, aun sabiéndolo, siento que la noche conserva su riqueza,
convertida en una manopla de deseos que me llevan a una paz
donde me confundo en un vano embrujo,
y estrecho en mis brazos la Tiniebla consagrada por el placer.

Pero la Luz,
la Luz, Kitiara mí,
cuando el sol las lluviosas callejas ilumina, y el aceite
de los empañados faroles reverbera en el agua por el astro azotada,
difuminando la claridad en mil arcos iris...
La Luz hace que me levante y, aunque vuelva la
tormenta a enseñorearse,
pienso en Sturm, Laurana y los otros,
pero más que nadie en Sturm, que puede ver el sol
a través de la bruma y el manto de las nubes.

¿Cómo abandonarlos?
Y así, en la sombra,
no tu sombra sino la agitada y gris penumbra,
ansioso de Luz, ahuyento la tormenta.

(Margaret WEIS y Tracy HICKMAN, El Umbral del Poder)


El segundo poema, que aparece en las Crónicas de la Dragonlance, es uno de mis favoritos; musitado a duras penas entre lágrimas por el entrañable kender Tasslehoff Burrfoot, destrozado por la muerte en combate – precisamente a manos de Kitiara – de su amigo Sturm Brightblade, Caballero de Solamnia. Los emotivos versos kenders se elevan en la desolada y fría Torre del Sumo Sacerdote para hacernos conectar con su pena, con su dolor por la pérdida, con su luctuosa tristeza, máxime si atendemos a la proverbial alegría y natural despreocupación de los kenders:



Antes de lo esperado, la primavera volvía.
El mundo, alegre, giraba en torno a los soles.
El aire, impregnado de aromas de hierba y de flores,
la cálida caricia del sol recibía.

Siempre, antes, podía explicarse
de la tierra la creciente oscuridad,
como la lluvia, en su voluptuosidad,
engendraba helechos donde posarse.

Mas ahora todo aquello olvido,
como sobrevive una veta de oro,
como la primavera ofrece sus tesoros.
De la vida reniego, y también del nido.


Ahora recuerdo la invernal estación;
y el otoño, y l calor del estío,
dejan paso en la noche de mi ser baldío
a una negrura que empaña el corazón.

(Margaret WEIS y Tracy HICKMAN, La Tumba de Huma.)



Centrándonos ahora en los más habituales elogios en prosa, podemos ver uno breve y característico en boca de Albus Dumbledore dirigiéndose a sus alumnos al final del cuarto año de Harry en Hogwarts; el director alaba la figura de Cedric Diggory, asesinado por los secuaces de Voldemort en la resurrección del Señor Oscuro en el Cementerio. Su ternura, alabanza de las virtudes del caído y valor en su determinación de honrar su memoria constituyen un hermoso texto, que también podéis disfrutar en las escenas finales de la película Harry Potter y el Cáliz de Fuego.
En la misma saga, quisiera destacar el elogio que le dedica Elphias Doge a, precisamente, su amigo Albus Dumbledore, asesinado por los mortífagos al final del sexto año (Harry Potter y el Misterio del Príncipe). La elegía, en emocionada prosa, es publicada por Doge en el periódico de los magos, El Profeta, y, tras repasar sus recuerdos más entrañables desde los inicios de su amistad en el castillo mágico, concluye así:

[…] Otras plumas se ocuparán de describir los éxitos de los años siguientes. Las innumerables contribuciones de Dumbledore al acervo del conocimiento mágico, entre ellas el descubrimiento de los doce usos de la sangre de dragón, beneficiarán a generaciones venideras, igual que la sabiduría de que hizo gala en las numerosas sentencias que dictó mientras fue Jefe de Magos del Wizengamot. Dicen, todavía hoy, que ningún duelo mágico puede compararse al que protagonizaron él y Grindewald en 1945. […] La victoria de Dumbledore y sus consecuencias para el mundo mágico se consideran un punto de inflexión en nuestra Historia, semejante al de la introducción del Estatuto Internacional del Secreto o a la caída de El-que-no-debe-ser-nombrado.
Albus Dumbledore nunca fue orgulloso ni pedante; sabía encontrar algo meritorio en cada persona, por insignificante o desgraciado que pareciera, y creo que sus tempranas pérdidas lo dotaron de una gran humanidad y una enorme compasión. No tengo palabras para expresar cuánto echaré de menos su amistad, pero mi dolor no es nada comparado con el del mundo mágico. Nadie puede poner en duda que Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore fue el más ejemplar y el más querido de todos los directores de Hogwarts. Murió como había vivido: siempre trabajando por el triunfo del Bien y, hasta el último momento, tan dispuesto a tenderle una mano a un niño con viruela de dragón como lo estaba el día que lo conocí.

(J.K.ROWLING. Harry Potter y las Reliquias de la Muerte. Salamandra, 2008, pág. 23)




Espero que os hayan gustado los ejemplos y desterremos entre todos el tópico de que no hay más lamentos en castellano que la muerte del padre de un autor medieval o el llanto por la tragedia en una calurosa tarde de toros andaluza. Saludos!

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